Y nada más
pronunciar ese nombre, inventado en el momento, el pulso de David no tembló ni
un momento a la hora de hacer el primer disparo. Aquel proyectil de energía
atravesó el campo a una velocidad apenas perceptible para el ojo humano. Desde
el punto de vista de la bala la cabeza del mandarín aumentaba de tamaño de
forma exponencial sin mostrar el más leve atisbo de movimiento por parte del
monje dorado. Pero la bala no llegó a su destino. En el último momento, con una
agilidad endemoniada, el Mandarín giró el cuello unos 45 grados consiguiendo
esquivar aquella amenaza a la integridad de su cráneo, provocando que
destrozase una roca detrás de sí. Puede que el poder de David fuera casi mortal
y potencialmente tuviera una utilidad importante, pero el tamaño de sus balas
no sobrepasaba el ancho de su dedo índice, lo cual no hacía más que obligarle a
mejorar su puntería a medida que lo usaba.
-¿Eso es
lo más que puedes hacer, joven? -le inquirió el villano-. Poco tiempo vas a
durar en este plan.
Y acto
seguido, este se propulsó con su pierna hacia adelante en lo que sólo se puede
describir como una carrera arrolladora que le colocó en poco menos de un
segundo al lado de su contrincante.
Le puso la
mano izquierda contra la cara y lo estampó contra el suelo.
Por un
momento todo el lugar quedó en silencio mientras el polvo que se había
levantado por la velocidad del Mandarín se posaba lentamente, casi haciéndote
ver la belleza hasta en la gravedad.
¿Eso era
todo? ¿Tan mal preparados estaban ante la amenaza de los Diez Verethragna? La
esperanza parecía disiparse del espíritu del alumnado. Desde la visión de aura
de Zack, todas las almas estaban variando su intensidad, clara lectura del
nerviosismo que aquel primer “round” había provocado en los espectadores. Pero
rápidamente, el aliento contenido hasta por los profesores se sintió libre al
ver cómo se levantaba del suelo el pelirrojo. Es cierto que no se puso en pie
con la mayor de las gracilidades, pero estaba en pie. De su flequillo comenzó a
caer una pequeña gota de sangre que formó un camino que partía su frente en
dos.
-Vale
-escupió sangre el chico-, ahí me has pillado por sorpresa. Me confié
demasiado.
-Tu ego será tu perdición, Dark Bullet -respondió su contrincante.
Volvió a
abalanzarse sobre él. Sin embargo, esta vez, el habitante de la Cocina del
Infierno esquivó el ataque de una manera casi artística, colocando una de sus
manos sobre el hombro de su atacante e impulsándose por encima de su cabeza
ejecutando una maniobra perfecta que, mediante una voltereta le colocó sobre
una rodilla detrás de su objetivo. Sin mermar su velocidad usó la propia
rodilla a modo de eje para girar sobre sí mismo a la par que apuntaba con su
dedo hacía la espalda del chino. Y esta vez dio en el clavo.
El
Mandarín se vio impulsado por el concentrado proyectil de forma tan violenta
que casi se sale de la zona de batalla. La explosión dejó la parte trasera de
su túnica, dejando al aire una segunda capa de ropa que había recibido algún
rasguño pero que aun así parecía resistente.
-Creo que
te he subestimado un poco, chico, eso lo he sentido bastante fuerte. Sin
embargo, sigo diciendo que puedo derrotarte sin mis amados anillos.
Y como
reflejando la seriedad en la que había tornado la pelea, el Mandarín se deshizo
de su túnica. A medida que caía al suelo, sus tonos dorados se difuminaron
dando paso a un tono verde que tenía pinta de ser el color original de la
misma. De igual manera, el traje de aspecto ninja que llevaba debajo pasó de
ser negro como el carbón a dorado. Estaba claro que el hábito no hacía al
monje.
En un
instante, ambos se enzarzaron en una pelea cuerpo a cuerpo en la que ambos se
dedicaban a esquivar los golpes del otro como mejor podían. Pero se veía
claramente que de los dos, era David el que más estaba recibiendo. Puede que el
joven tuviera un don para moverse como el viento, pero el Mandarín era
claramente superior en cuanto a técnica y experiencia, lo cual, pese al duro
entrenamiento con Daredevil, era difícil por no decir imposible, de superar.
Por no hablar que lo que tenían de rápidos sus movimientos, lo perdía un poco de
contundentes. Mucha fuerza en los brazos no tenía.
Por la
mente del pelirrojo pasó un pensamiento claro: en las distancias cortas tenía
las de perder. Así que con un par de volteretas puso tierra de por medio con su
contrincante. Era asombroso ver cómo giraba hacia atrás, parecía que en lugar
de vértebras tenía plastilina o simplemente carecía de ellas. Una vez cogió
distancia, se puso a disparar. Pero al contrario de lo que suponía el otro, no
le disparó directamente, sino que disparó hacia el suelo de forma repetida,
pero en distintos puntos del mismo. De esta manera, y cogiendo la idea del
movimiento inicial de su contrincante. Solo que con tanta explosión, en vez de
levantar un poquito de polvo, se levantaron fuertes humaredas que taparon el
terreno casi en su totalidad.
Pero esto
no era un problema para David, que había entrenado su vista para situaciones
así, utilizando esta técnica en el pasado. Desde el exterior de la batalla se
podía observar a una nube amarronada y al delgado personaje saltando alrededor
de la misma disparando a su interior, tanto al centro donde él discernía la
presencia del asiático como al suelo para seguir levantando más polvo. Pero
esta situación duró bastante poco, ya que por la parte superior, de un salto
salió el Mandarín, cayendo de rodillas a un par de metros de la periferia de la
misma. Se le veía algo magullado y muy pero que muy cabreado.
-Que
maniobra más vil, muchacho -dijo mientras entrecerraba un ojo-. Has aprendido a
pelear en la calle. Lo respeto, pero corresponderé a tu estilo. Reza a quien
quiera que sea tu dios.
Las
vestimentas del Mandarín, que habían sido dañadas en ese último ataque a
traición, se regeneraron, cerrando todos los rotos. La envidia de cualquier
sastre. O héroe sin simbionte alienígena.
Se quedaron
mirándose el uno al otro. En el ambiente se mascaba la sensación de que
aquellos golpes y movimientos serían los últimos, y que uno de los dos no
saldría en pie de allí. Y era probable que ocurriera.
El
Mandarín se acercó de un acelerón una vez más al chico y le asestó una serie de
golpes rápidos y certeros que el agotado David no pudo esquivar aunque sí
encajarlos más o menos para minimizar los daños. Las piernas, el estómago, las
costillas, la mandíbula… Se veía que el maestro de las artes marciales no
asestaba ningún golpe mortal, centrándose en el “modo aturdir” de su repertorio
de técnicas. Y David… bueno, a David apenas le quedaban fuerzas ni energías
para disparar, pero alguna bala de menor “calibre”. La mayoría de ellas no
acertaban en el objetivo, pero una de ellas, le dio en plena cara al asiático,
echándole para atrás, aunque de forma más débil que en los momentos previos.
Estos últimos atisbos de resistencia mostrados por el estudiante de negro hirvieron
la sangre del otro, que cansado de la situación atacó una vez más. Esta vez,
apuntando a su brazo derecho.
Aquel
“crac” resonó incluso a cielo abierto, seguido por un grito desgarrador
mezclado con un “gallo” propio de la edad. El pelirrojo se postraba ante el
adulto, que lucía una expresión satisfecha en el rostro.
-Esto es
lo que pasa al poner a jugar a unos críos a un juego de adultos. Que acaban
rotos como sus juguetes.
Y le dio
la espalda mientras se alejaba, dando por terminada la lucha. Desde la zona de
visionado, nuestros protagonistas estaban con la boca abierta. Era un brazo
roto, pero para ellos simbolizaba mucho más: reflejaba lo real que se había
vuelto la situación; les mostró que su cuerpo tenía límites, no como un
personaje de videojuego; y sobretodo les mostró que aún eran unos niños, que
aquel hombre no iba a ser amable con ellos y el mundo era cruel. No tendrían
oportunidad.
-¡EH, TÚ,
PEDAZO DE MIERDA!
El
Mandarín se paró en seco, aún de espaldas a él. No respetaba al que no sabía
rendirse. Si se hubiera girado, o simplemente mirado de reojo al pelirrojo,
hubiera visto lo que preparaba para él.
Había
conseguido incorporarse a duras penas, pero aquel brazo roto había provocado
que un torrente de adrenalina corriera por sus venas. Algo que nadie sabía era
que David tenía la habilidad de acumular la energía en la punta de su índice
sin soltarla, aumentando el tamaño de sus “Dark
Bullets” para aumentar su potencia. Pero no solía usar esa parte de sus
poderes, ya que el retroceso es proporcional al calibre. Sin embargo, era una
situación desesperada.
En la
punta de sus dos falanges ya encontrábamos una esfera de energía negra como la
noche sin estrellas de un tamaño algo más grande que una pokéball.
-¡TOMA
ESTA, HIJO DE LA GRAN PUTA!
Juntó sus
dos manos, ambas en posición de pistola, uniendo ambas esferas convirtiéndolas
en una aún más grande e inestable. Y disparó. Aquella bala, digna de un
bazooka, atravesó el espacio entre ambos a una velocidad algo menor que la de
las balas pequeñas, pero aun así muy rápida, aunque con una trayectoria más
errática. Le dio de lleno.
Pero el
brazo de David apenas aguantó el retroceso.
El ruido y
el polvo levantado por aquella explosión fueron impactantes. Cuando se hubo
posado, la visión que obtuvieron los espectadores fue la de dos figuras de pie,
aunque tambaleantes. Del brazo de David se podía entrever un poco de cúbito, y
temblaba como un flan tras el esfuerzo. El Mandarín no estaba mucho mejor.
Presentaba quemaduras en algunas partes de su torso, ya descubierto
definitivamente. Pero de sus ojos salía una rabia digna de un león.
-Verethragna,
manifiéstate en mí -expresó el adulto-. ¡VEN A MÍ, CORCEL!
Un aura
dorada rodeó al Mandarín haciendo que brillara con gran intensidad. Estaban a
punto de ver qué clase de poderes les había concedido el dios persa.
-¡QUE LA
LUZ DE TUS PECADOS PASADOS ABRA TUS OJOS A UN MAR DE ARREPENTIMIENTO!
Lanzó un
rayo de luz al más puro estilo Dragon
Ball hacia el tambaleante chaval. Pero la luz no le empujó, sino que
simplemente la luz se reflejó en él, generándole una sombra, como un foco. Pero
en David tuvo lugar una visión.
Se
encontraba de nuevo en aquella calle, frente a aquel hombre. Y llevaba la
pistola en la mano. El hombre le decía que un niño tan pequeño no debía jugar
con eso, que no hacía falta usarla, que si necesitaba dinero para comer se lo
daría gustosamente. Pero sus nervios le traicionaron y el sonido del disparo le
trajo de nuevo al presente, donde su mente se había ausentado un momento.
Se desmayó
al instante.
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