Amanda levantó un momento la mirada de su batido para echar
un vistazo al pequeño grupo que se acababa de formar, casi como por arte de
magia. Siempre se había relacionado principalmente con niños y personas de
edades más tempranas a la suya: casi diecisiete años. Por tanto, estaba muy
sorprendida de que su primera toma de contacto con gente más “adulta” fuese con
un grupo tan variopinto.
Miró disimuladamente a Mick en una búsqueda imperiosa de
apoyo. Había comprobado que él tampoco parecía demasiado cómodo relacionándose
con la gente, aunque, a diferencia de ella, seguramente fuera porque no buscaba
interacción alguna, y no por no haber tenido ocasión de ello. Sin embargo, no
halló dicha complicidad, ya que el rubio se encontraba inmerso en su pequeño
mundo, jugando con el móvil o informándose de cualquier cosa, a saber.
Así que aprovechó para intentar analizar al resto de los
estudiantes.
En primer lugar, no pudo evitar observar al que parecía pasar
más desapercibido aparte de Mick, un chico de pelo negro y ojos verdes. Si no
había entendido mal, se llamaba Zack. Por lo que había podido observar no tenía
problema alguno para comenzar una conversación, aunque sólo hablaba cuando
parecía venirle bien, como si cada palabra que soltaba formara parte de un plan
maestro cuidadosamente calculado. Aun no sabía muy bien por dónde cogerle, pero
había algo en él que hacía que le cayese bien. Quizá era el hecho de que en ese
momento estaba haciendo lo mismo que ella y su mirada pasaba de unos a otros
como la de un científico observando las partes de su pequeño experimento. En un
determinado momento sus miradas se cruzaron por un segundo, segundo en el que
giró instintivamente la cabeza, en un pequeño impulso de lo que se podría
llamar vergüenza. Segundo que aprovechó para fijarse en otro de los personajes
que la rodeaban.
A ese ya le conocía, pero no por ello dejaba de inspirarle
desconfianza. Zane era sin duda el rarito de la clase. Y no rarito en plan
bien, adorable. Era más bien del tipo de persona que no va con el resto del
mundo y le importa más bien poco lo que no le afecte negativamente. Algo en él
hacía que un escalofrío le recorriese la espalda desde la nuca hasta el coxis.
Todos allí estaban inadaptados, cada cual a su particular y original manera.
Pero aquello no era nuevo para ella.
No pudo evitar en aquel momento
mirarse los brazos. Y una vorágine de inseguridades brotó de ella sin pensar en
ello siquiera. Y lo que ocurría era que los brazos de Amanda estaban recubiertos
de una capa metálica desde los hombros hasta la punta de sus dedos, haciendo
que parecieran implantes robóticos. Aquella situación era relativamente
reciente, ya que, aunque llevaba varios meses llevando aquellos recubrimientos,
nadie fuera de los laboratorios de Industrias Stark los había visto. Por
supuesto, eso significaba que tampoco lo había visto nadie de su edad, sin
contar al profesor Cho, que había ayudado en su creación. No pudo evitar
tampoco pensar en Tony. Había sido muy amable desde que la sacó del orfanato y
la ayudó con sus problemas, pero le preocupaba desde que había vuelto de
aquella pelea en aquella isla mutante, cuyo nombre era incapaz de recordar en
ese momento. Pero estaba segura de una cosa: la creación de aquella armadura de
brillo plateado había marcado una línea divisoria en su comportamiento…
Cuando las miradas de Zack y Amanda se cruzaron y ella la
desvió a toda prisa, este no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa. Aquella
rubia de los brazos plateados parecía estar jugando a los detectives con el
grupo y le había pillado cuando era su turno. Pudo observar en su dorada aura
una pequeña vibración a la altura de sus mofletes, lo que le indicaba que
internamente se había sonrojado aunque no mostrara tal vergüenza en el exterior.
La verdad es que leer las auras de la gente le resultaba muy útil, más de lo
que parecía en un principio. Aunque resultaba perturbador cuando te encontrabas
a alguien como Ryan. Prefería ni mirarle, ya que su aura le provocaba malestar.
No demasiado, pero aun así veía preferible no concentrarse demasiado en ella,
pese a que su curiosidad le mataba por dentro.
El que sí parecía interesante desde el punto de vista áureo
era ese chico latino, el que sacaba espadas de su piel. Su aura era de un color
gris acero brillante, curiosamente del mismo color que sus ojos, lo cual era
complicado que ocurriese. Pero lo verdaderamente raro era que parecía que de su
espalda salía una segunda aura, una de un gris más oscuro y mate, acercándose
más al negro que al blanco. La imagen resultante era como si un fantasma se
encontrara encima de él de continuo, acompañándole allá donde iba. Era, cuanto
menos, curioso. Casi perturbador.
Pero la que más llamaba la atención de todos era la chica de
pelo castaño que estaba junto a la “detective” de los brazos metálicos. Y no
precisamente por su aura, que era de un verde bastante normal, un aura estándar
en una persona con poderes. Aquella chica destacaba porque era una auténtica escandalosa.
¡No paraba de hablar! Zack no sabía si era porque la emoción de tanta gente
nueva la ponía nerviosa o era simplemente habladora, pero la verdad era que su
incansable parloteo le sacaba de sus pensamientos, cosa que pocas personas eran
capaces de hacer. Un tanto molesto, empezó a analizar a la susodicha
charlatana. Es verdad que era muy mona, con sus ojos marrones y sus adorables
pecas, pero no podía dejar de pensar que hacía más ruido que un montón de
tuercas dentro de una batidora encendida. Había oído que se llamaba Aline.
En ese momento, esa misma chica tuvo una brillante idea que
le ahorraría mucho tiempo de investigación.
—Oye chicos, para ahorrarnos tiempo, ¿por qué no nos
presentamos y decimos cuales son nuestros poderes? Así podemos empezar a ser
amigos más rápido.
—Me parece perfecto.
Aquella última frase no vino de ningún miembro de la mesa de
la cafetería del campus en la que estaban todos sentados. Todos giraron la
cabeza hacia donde venía aquella voz.
Se trataba de una chica alta, de pelo rojizo oscuro, nariz
chata y ojos azules. Llevaba una boina francesa negra y un bloc de dibujo
cogido con ambas manos al pecho, lo que le daba un aspecto de artista algo
estereotipado.
—Perdonad que me entrometa en vuestra pequeña reunión, pero
es que soy nueva en la Escuela y aún no he hecho ningún amigo. Os he visto a lo
lejos y la verdad es que me pareció que erais todos muy interesantes y
divertidos. ¿Os importa si me uno?
Se miraron los unos a los otros, salvo Ryan, Peter y Zane, a
los que les importaba bastante poco lo que estaba pasando. Nadie parecía
oponerse a aquel nuevo miembro, quizás debido a que, de hecho, todos eran
nuevos.
Antes de que cualquiera se pudiera manifestar sobre el tema,
la pecosa Aline respondió casi al momento.
—¡Pues claro! Si aún no nos conocemos entre nosotros,
siempre hay sitio para uno más. Me llamo Aline Keogh, ¿y tú?
—Yo me llamo Lauren Olsen, encantada de conoceros. Y para
seguir con la presentación, mi poder consiste en que todo lo que dibujo puede
salir del papel y cobrar vida propia —dijo ella, claramente nerviosa respecto a
cómo podían reaccionar los demás.
Ante aquella afirmación todos la miraron con los ojos como
platos. Hasta Mick levantó la vista de la pantalla de su teléfono. Ante este
momento de incredulidad, a modo de demostración abrió su cuaderno y cogió un
bolígrafo negro que guardaba en un bolsillo de su pantalón. En cuestión de poco
más de un minuto tenía dibujada en una página una flor. Pero no era un simple
garabato, sino una flor detallada, lo que le daba la apariencia real, salvo por
los colores. En ese momento Zack se preguntó para sí mismo si aquella habilidad
con el arte formaría parte de sus poderes o sería mero talento natural. Pero
ese pensamiento se vio eclipsado por lo que siguió a continuación. Lauren
acercó la mano a su dibujo con cuidado y tomó a la oscura flor por el tallo. Tiró
de él con delicadeza y, ante la sorpresa de todos, entre los dedos de aquella
artista sin igual se hallaba repentinamente una preciosa flor negra de pétalos
del mismo color blanco que el folio en
el que la había dibujado. Todos se quedaron quietos en un instante mágico que
recordarían el resto de sus días en la escuela.
A Lauren, aunque daba la imagen de ser muy sociable, no parecía
gustarle demasiado ser el centro de atención, ya que rápidamente la paso el
testigo a otra persona.
—Pero dejemos de hablar de mí.
Cuéntame, Aline, ¿qué habilidad tienes tú?
La pecosa, que aún estaba en
trance, observando aquel dibujo hecho realidad, agitó la cabeza con el objetivo
de centrarse y comenzó a hablar una vez más.
—Eh… Sí, claro, perdón—tras un
momento de desconcierto, la chica recuperó su actitud usual—. ¡Puedo hacer que
cualquier cosa o persona deje de hacer ruido!
En aquel momento, presa de la
gracia que le producía la ironía de que una charlatana como ella tuviese un
poder como aquel, Zack no pudo evitar que una pequeña risa ahogada se
manifestara en su boca cerrada. Tampoco dejó pasar la mirada de soslayo que
esta le dedicó, pese a que seguía enfocando sus palabras en Lauren.
—Y para demostrarlo —continuó la
morena—, venga Zack, intenta decirme cualquier cosa.
Zack la miró extrañado pero
curioso. Estaba claro que a Aline no le había gustado aquella pequeña mofa
involuntaria y le iba a hacer pagar por ello.
“Perdona si te ha molestado lo de
antes.”
Eso es lo que hubiera dicho. Si
hubiese podido. Lo que los demás debían de estar viendo (y sí “viendo”, no
“oyendo”) era a un pobre chico moviendo la boca sin que de ella saliese sonido
alguno. Este se llevó la mano a la garganta por instinto preguntándose si ella
le había hecho algo.
—Tranquilo –dijo Aline entre
risas—, no le pasa nada a tu garganta, lo único que puedo hacer es eliminar
toda vibración sonora que se forme alrededor de tu boca. Y básicamente puedo
hacer eso con cualquier objeto que quiera. Ese es mi poder —concluyó ella con
una sonrisa.
—Muy graciosa, pecosa —contestó él,
que al parecer ya había recuperado el habla—. Pues ahora me toca a mí. Como
bien ha dicho Aline, yo me llamo Zack. Zack Malice. Y mi poder es ver el aura
de las personas.
—¿El aura? —esta vez fue el
silencioso latino de las espadas el que no había podido esconder su curiosidad.
—A ver, dejadme que os lo explique
mejor —dijo el del pelo de azabache—. Todos tenemos un aura, una especie de
energía que rodea a cada persona y que es única para cada una como una huella
dactilar. Pues yo puedo verlas continuamente alrededor de cada uno de vosotros.
—Pues no parece un poder muy útil
—soltó Aline. Zack ya sabía sin lugar a dudas que no le caía muy bien a ella.
—Eso puede parecer al principio,
pero es mucho más útil de lo que parece. Puedo conocer las emociones de cada
uno por las variaciones en esta energía, si se pone nervioso, si se enfada, si
está feliz, etc., etc., etc.… Y además, es muy bonito de ver, ya que la de cada
uno es de una tonalidad distinta, aunque muchas se parecen entre sí.
El resto no parecían muy
impresionados ante sus poderes. Mejor para él, la verdad. Había aprendido que
si la gente no te toma demasiado en serio tiende a subestimarte, lo cual era
una gran ventaja para él.
A continuación tomó el relevo de
la conversación Zane, bajando los pies que tenía encima de la mesa. Daba toda
la sensación de que ese rollo de auras y silencios le aburría un poco.
—Bueno, ahora voy yo. Me llamo
Zane Cross y mis poderes son un poco más complejos… y a la vez no. Si puedo
imaginar algo, puedo crearlo. Si está en mi mente, es real —nadie reaccionó a
la declaración del castaño. Algunos de asombro, otros de simple incredulidad—.
¿Qué? No es para tanto. En realidad, hacer eso resulta realmente agotador, así
que suelo limitarme a ilusiones ópticas y objetos pequeños.
—¿Así fue cómo me empujaste por el
pasillo antes? —preguntó Mick.
—Exacto –concordó el aludido—.
Simplemente visualicé dos manos empujándote, y las hice aparecer detrás de ti
para que fueras más rápido —tras decir eso, sonrió con evidente malicia—. ¿Y
tú, Mickey? Porque si te empujé fue porque no fui capaz de agarrarte el brazo…
—¿Yo? Esto… Bueno, yo… –se le
notaba nervioso. Estaba claro que hablar en público no era lo suyo– Eh… Puedo
transformarme. En agua.
Se quedó mirando a los demás, que
no apartaban sus ojos de él
—¿Como aquel enemigo de Spider-Man?
¿Cómo se llamaba? El de los Seis Siniestros. ¿Hidro-Man? Sí, creo que era él —preguntó
Lauren.
—No, no como Morris Bench. La
verdad es que desde que me pasó esto no pude evitar informarme un poco en
números antiguos del Daily Bugle. Incluso hace meses intenté hablar con un
viejo fotógrafo de Spider-Man, un tal Peter Parker. Resultó que acababa de
fundar su propia empresa y, como ahora es un tipo importante, pues está algo
ocupado, y eso.
—Ah, sí. Son los que le quitaron
los poderes a Electro hace unas semanas, ¿no? —añadió Aline.
—Eh... sí, sí, esos mismos —por la
expresión confundida del rubio, Zack podía adivinar que nunca había recibido
tanta atención femenina en su vida—. Pues como iba diciendo, lo que hacía
Hidro-Man era transformarse en agua y generar más, creando torrentes de agua.
Pero yo simplemente me transformo, no soy capaz de generar más agua. Aunque sí
puedo añadirme más si entro en contacto con ella. Ah, y también cambiar de
estado. Algo así como volverme vapor de agua o completamente de hielo.
—Ya veo… –murmuró Zane— ¿Y tú,
Peter? ¿Qué eres capaz de hacer?
A modo de respuesta, del musculoso
brazo del latino comenzó a surgir una especie de palo, como si su piel se
moldease, que fue cambiando de color y textura. Sin embargo, no era un palo,
sino el mango de lo que, cuando salió por completo de su extremidad resultó ser
una daga preciosa de acero, que él clavó violentamente en la mesa. Todos dieron
un respingo, menos Zack, que había visto de primera mano el gran potencial que
tenía aquella habilidad a la hora de enfrentarse a un enemigo, como había
pasado con Gambito.
—Básicamente eso. Puedo sacar
espadas y dagas de mi cuerpo —dijo mientras se rascaba la pequeña perilla de su
barbilla.
Se formó un pequeño silencio.
Todos parecían un poco acongojados por el de la melena negra. Y él aparentaba
ser consciente de ello, ya que se levantó de la mesa, dispuesto a retirarse.
—Es tarde. Me voy a ver mi
habitación en la residencia.
En aquel momento, todos se dieron
cuenta de lo que habían hecho sin quererlo siquiera. Todos eran nuevos y tenían
habilidades que no habían pedido. Pero si algo habían sentido todos alguna vez,
era la exclusión y el recazo de la gente por ser diferente. Sea por miedo,
repulsión, o simple xenofobia, siempre alguien les había hecho el vacío y
señalado con el dedo. Y era una sensación que no se olvidaba. Nunca.
Y ahora se lo habían hecho a
Peter.
Se miraron entre ellos.
—Tenemos que ir a pedirle perdón —dijo
Amanda.
—Pero ya
—añadió Mick.
Eso no le había pasado nunca.
Peter tenía sus poderes desde hacía poco, y nunca se había tenido que presentar
ante nadie desde entonces. Y no había sido consciente del impacto que su “don”
(aunque más bien maldición) podía provocar en las personas. Pero bueno, siempre
había sido un lobo solitario, solo que de ahora en adelante tendría una excusa
para serlo.
—¡Espera, Grandullón! —se oyó la
voz de Zane detrás de Peter.
Este se giró y vio la melena del
ilusionista, muy parecida a la suya, salvo por su color castaño, que venía
rápidamente por detrás. Y le seguían el resto del grupo, cada uno a su ritmo.
—Perdónanos, Peter, no queríamos
ofenderte, de verdad. Sólo nos sorprendimos un poco, lo sentimos mucho —dijo la
chica pecosa. ¿Aline? Sí, así se llamaba. O algo parecido.
—No te tenemos miedo, en serio. No
tienes que alejarte de nosotros –añadió Lauren dándole un abrazo.
Todos estaban de acuerdo. El
latino les miró y dentro de sí sintió el primer atisbo de alegría que había
tenido desde que salió de México. Sin embargo, tenía que mantener su imagen de
tipo duro delante de los demás, no podía dejar que nadie accediera a su corazón
otra vez.
—Vale chicos, tranquilos.
Olvidémoslo. ¿Por qué no continuamos con las presentaciones en la sala de
descanso? Me pareció oír que había una mesa de billar y me apetece jugar.
—¿No puedes sacarte un taco de
billar del brazo, Grandullón? –dijo Zane entre risas.
Sin embargo fue el único que se
rió. Todos le miraron con los ojos abiertos, como queriéndole indicar que se
había pasado un poco con el chiste.
Peter no pudo evitar soltar un a pequeña carcajada. No se le había ocurrido
algo así y no pudo evitar que le hiciera gracia.
—No os preocupéis —dijo
dirigiéndose a los demás—, soy una persona difícil de ofender. Además —añadió
mirando fijamente al joven—, se ponerle en su sitio si hiciera falta…
En aquel momento, el chico de los
ojos oliváceos tragó saliva. Peter sonrió.
—Relájate,
Ilusionista. No eres el único que puede gastar bromas —dijo sonriendo. Pero
ligeramente, tampoco había que excederse—. Eh, tú, chica rubia, ayúdame a
cambiar de tema y preséntate, si no te importa.
Amanda no se esperaba que la
conversación girara hacia ella, pero estaba claro que tarde o temprano le
tocaría hablar.
—Yo me llamo Amanda Riddle. Y
bueno, supongo que, aunque habéis tenido la amabilidad de no hacer ningún
comentario, todos habéis visto que tengo los brazos cubiertos con esta especie
de revestimiento…
—A mí me molan –dijo Zack. Ya
habían entrado en la residencia y se encontraban en la sala de juegos. En ese
momento, el pelinegro colocaba las bolas de billar dentro del triángulo.
—Gracias, Zack, aún no estoy muy
acostumbrada a ellos —continuó—. Pues lo que ocurre es que, si me da el sol,
pues absorbo su energía y… Bueno, mis brazos empiezan a lanzar energía solar
quemándolo todo sin control —dijo, medio avergonzada—, no soy capaz de
controlarlos. Por eso Tony me hizo estas cubiertas, que usan esa energía para
almacenarla y ayudarle a dar electricidad al campus…
—¿Tony? ¿Tony Stark? ¿Iron Man te
diseñó los brazos? —preguntó Mick, impresionado.
—Sí, Tony. Digamos que… bueno, me
adoptó. Legalmente soy su hija.
—Guau… Eso sí que mola —volvió a
repetir Zack.
—Supongo
que sí, no me ha faltado de nada desde entonces, aunque últimamente no ha
estado muy atento conmigo… Pero lo entiendo, tiene batallas que librar, y la
última que tuvo creo que fue muy dura… Pero bueno, creo que eso fue suficiente
para presentarme. Sólo quedas… tú, el chico de los ojos negros. ¿Cómo te
llamas?
Ryan estaba apoyado en una
esquina, escuchando la conversación, pero evitando participar en ella. No le
gustaba mucho la gente, pero sentía curiosidad sobre cómo podría desarrollarse
un grupo como aquel. Y ese Zack le había llamado la atención desde el momento
en el que lo conoció.
—Soy Ryan Demaon. Y si unas
espadas os dan repelús creo que no deberíais conocer mis poderes…
—Oh, vamos, no seas así. Todos nos
hemos atrevido a abrirnos a los demás. Y no te vamos a excluir si es eso a lo
que tienes miedo —dijo Zane.
—¿Miedo? Miedo es algo que no creo
que vaya a tener nunca, la verdad. Pero bueno, ahí va: tengo una legión de
demonios a mi disposición para cuando los necesite. Son cientos. Y poderosos.
Muy poderosos.
Por segunda vez, todo el grupo se
quedó callado, pero esta vez de la sorpresa. Sólo Peter se atrevió a romperlo.
—Me muero
por pelear contigo.
Lejos de donde el recién formado
grupo hacía las presentaciones pertinentes, Alan llevaba a Chris a cuestas como
bien podía. Ese rubio del demonio estaba tan cachas que pesaba un tonel, y la
paliza que le había dado Gambito no ayudaba precisamente. Ya que en la lista de
la residencia le había tocado como compañero de habitación, le llevaría a su cama,
aunque no estaría mal que el francés les hubiera dicho dónde estaba la
enfermería.
Aunque, realmente, Chris no
necesitaba tratamiento médico. El profesor lo había noqueado sin hacerle
demasiado daño, golpeándole solamente en sitios estratégicos. Tampoco sangraba,
lo que también era una buena señal.
Y él sabía del tema.
Desafortunadamente, en el camino
hacia su cuarto salieron a su encuentro un grupo de cuatro personas. Bueno, si
es que “personas” era el término adecuado para definirlas. Uno de ellos era,
literalmente, un gran montón de nieve con algo parecido a cuatro extremidades y
lo que pretendía asemejarse a un rostro humano en su centro. Básicamente era un
golem de nieve de dos metros. Los otros tres eran personas normales, un chico y
dos chicas. El varón era un joven de estatura normal, y su único rasgo
realmente destacable era su pelo anaranjado. Las otras dos eran una chica
guapísima más alta que él y de curvas generosas que por su postura dentro del
grupo era claramente la líder del mismo, mientras que la otra chica era la más
baja de los cuatro, de tez morena y de pelo largo y negro. Parecía la más joven
de todos también.
Entonces, la líder se dirigió a
los otros tres.
—Bueno, chicos, ¿qué pensáis de
ellos? —dijo, refiriéndose a Chris y a Alan.
—A mí me gustan —dijo la chica más
pequeña. Entonces comenzó a transformarse. Y, ante los ojos incrédulos de Alan,
se convirtió en un chico, con la piel y el pelo del mismo color, pero más
forzudo y con el pelo corto y sus ojos eran rojos como el fuego—. Y a mí
también —dijo el ahora hombre con voz
más grave que cuando era la chica escuálida. Tras decir esto volvió a
transformarse a su forma anterior.
—¿Y tú qué piensas, David? –volvió
a preguntar la chica de mayor altura, esta vez dirigiéndose al pelirrojo, que
llevaba una chaqueta de cuero negro.
—A mí me da igual —dijo este,
claramente desinteresado.
—¿Y tú, mi pequeña bolita de
nieve?
Del altísimo montón de agua
congelada no surgió ningún sonido. Ni un movimiento. Sólo se mantenía
expectante.
—Bueno, tomaré eso como un sí.
Y mirando a Alan, que no entendía
nada de lo que estaba ocurriendo, sonrió. Y al hacerlo, su pelo pasó de ser marrón
a ser rubio, como el mismísimo sol.
Igual de candente, y de peligroso.