Una hermosa mujer de tez bronceada, cabello azabache y ojos
oscuros, vestida con un mono negro ceñido al cuerpo, golpeó con fuerza el
escritorio frente al que estaba sentada. Parecía realmente molesta, y su acompañante,
un hombre de recortado cabello castaño, ojos almendrados, gafas de montura
negra y ropa formal, suspiró al darse cuenta de ello.
—Directora Hill… —trató de razonar con ella el pobre
diablo—, le ruego que comprenda la situación. Aunque a mí mismo me cuesta
admitirlo, esta escuela es una gran iniciativa. Además, hemos recibido varias
docenas de solicitudes de ingreso sólo para nuestra primera promoción de
alumnos. ¿Sugiere que abandonemos a todos esos chicos a su suerte?
La aludida arqueó una ceja.
—No. Pretendo cerrar una institución de superhumanos creada
sin la autorización de S.H.I.E.L.D.
El otro se encogió de hombros.
—En ese caso, háblalo con el verdadero artífice de todo
esto: Anthony Stark. Yo no soy nada más que un mandado.
La directora de S.H.I.E.L.D. contempló momentáneamente la
placa sobre el escritorio.
—“Director Robert Bruce Banner” —leyó en voz alta—. Hasta
donde yo sé, el director es el máximo responsable de una institución.
Bruce sonrió.
—Dime, María… Como directora de S.H.I.E.L.D., ¿eres tú la
que toma todas las decisiones, o dependes del Gobierno de los Estados Unidos,
que son quienes os financian?
La morena tragó saliva pesadamente.
—Es cierto que tenemos cierta dependencia del Estado, pero…
—Pues para esta escuela es lo mismo —la interrumpió con voz
tajante—. La única diferencia es que, como institución privada, no dependemos
del Gobierno, sino de la compañía que nos financia, que en este caso es
Industrias Stark. ¿Algo que objetar, señorita?
La aludida se mordió el labio, y, no sin dedicarle a Banner
una mirada amenazante, se retiró de la sala.
Una vez María Hill abandonó el despacho, el director suspiró
con alivio. Si Tony Stark no le hubiera dicho cómo tenía actuar en el caso de
que a S.H.I.E.L.D. se le ocurriera intervenir con su iniciativa, le habría sido
imposible manejar una conversación con María Hill. Aún así, era todo un manojo
de nervios. Si le costaba lidiar con una sola mujer humana, por muy agente
especial del Gobierno que fuera, no se imaginaba siendo la máxima autoridad en
un edificio lleno de superhumanos en la etapa más rebelde de su vida.
Al que solían llamar Hulk suspiró de nuevo. Llevaba apenas
media hora siendo director de instituto, y ya se arrepentía de su decisión.
Maldijo a Stark y a su poder de convicción por trigésimo quinta vez en diez
minutos, y apretó el botón de encendido del micrófono de su escritorio. Una
leve musiquita le informó de que ya estaba conectado con toda la megafonía del
edificio, por lo que se dispuso a hablar:
—Alumnos y alumnas, sean todos bienvenidos a la Academia para
Jóvenes Superhumanos Anthony Stark—se atragantó ligeramente al pronunciar el
nombre de la escuela—. Por favor, la junta directiva les ruega que acudan al
salón de actos para escuchar el discurso de bienvenida. Gracias por su
atención.
Banner separó su dedo del
micrófono, suspiró una vez más y, sacando del cajón del escritorio unos cuantos
papeles, se dirigió al salón de actos para dar el dichoso discurso.
Mick respiró profundamente. El aire estaba seco y caliente,
todo lo contrario a lo que habría preferido. Se encogió de hombros, restándole
importancia. Introdujo sus manos en los bolsillos de sus pantalones, y se
dispuso a caminar hacia el interior de la escuela. Sin embargo, después de dar
un par de pasos, algo impactó contra su cara, haciendo que sus gafas de montura
rectangular cayeran al suelo. Él se agachó para recogerlas, y comprobó que no
se hubieran roto. Después, dirigió su mirada al objeto que le había golpeado:
una esfera redonda de color anaranjado.
—¡Eh, friki! —escuchó que decían a su derecha.
El chico miró a la dirección de la que provenía la voz. Un
joven de cabello negro y tez oscura trataba de llamarle la atención,
saludándole con la mano. Mick se paró un momento a mirar su reflejo en uno de
los cristales del edificio.
Era un adolescente de cabello rubio, recortado en un peinado
pseudo-militar, y profundos y oscuros ojos azules, que recordaban a fosas
marinas. Medía alrededor de 1,85 metros, lo que, en teoría, debería darle un
aspecto imponente. Sin embargo, su ropa, una camisa de cuadros marrones y
verdes, y un pantalón recto de mezclilla, le daban un aspecto que podía,
efectivamente, definirse con la palabra “friki”.
El chico suspiró. No había nada que odiara más que los
estereotipos. La gente juzgaba a los demás constantemente por su aspecto o por
la primera impresión que les diera. En resumen, las personas tendían a ser
prejuiciosas. Y Mick detestaba los prejuicios.
Se acercó a la cancha de baloncesto desde donde le habían
llamado con paso relajado y el balón bajo el brazo izquierdo. Cuando llegó frente
al chico que le había gritado, comprendió el porqué de que su estatura no le
intimidara en lo más mínimo: él debía medir, como mínimo, ciento noventa
centímetros.
El joven afroamericano extendió su mano, a la espera de que
le tendiera el balón. Mick sonrió para sus adentros. Colocó la pelota sobre su
frente y, dando un ligero salto, lo lanzó hacia la canasta que tenía enfrente. La
pelota pasó casi rozando la cabeza del chico de pelo negro, realizó una parábola
y se introdujo en la red sin siquiera rozar el aro el tablero. Un tiro perfecto
de tres puntos.
Dejando totalmente boquiabiertos
a todos los que lo habían tachado de “friki”, Mick se dio la vuelta y, sin
acelerar su paso en lo más mínimo, atravesó el umbral de la puerta de la
Academia Anthony Stark.
Sin embargo, no se dio cuenta de
que, desde la sombra, un hombre, también de cabello rubio, le observaba con
cierta atención. María Hill, la mujer que había estado discutiendo con el
director Banner, se le acercó.
—¿Interesado en ese chico,
Clint? —le preguntó— Tiene buena puntería.
El aludido se rió ligeramente.
—Directora, debería entrenarse
un poco en lo que a observación se refiere —la aludida parecía sorprendida—.
Escuche, no me llaman Ojo de Halcón por nada, ¿de acuerdo? Pude ver
perfectamente que el tiro de ese chico no ha sido mera puntería.
—¿A qué se refiere?
Clint Barton sonrió
socarronamente.
—¿No se dio cuenta? Su mano
desapareció en cuanto soltó el balón.
Bruce se ajustó su corbata. Estaba nervioso, eso era
innegable. Había pasado tantos años siendo una máquina verde de destrucción que
prácticamente había olvidado qué era aquello de socializar o comunicarse con la
gente. Y ahora tenía que dar un discurso delante de casi cincuenta personas. A
su lado, T’Challa trataba de darle ánimo.
—Tranquilo, no es tan difícil —insistía el rey de
Wakanda—. Está todo en el papel, tú sólo
tienes que leerlo.
—No todos lideramos países enteros, amigo —se quejó Banner—.
No creo que pueda dar el discurso sin quedar como un torpe de alguna manera.
—No seas tan pesimista, director —le animó el Capitán
Bretaña—. Nos tienes aquí a Pantera Negra y a mí para apoyarte. Tú sólo di lo
que tengas que decir.
Bruce suspiró de nuevo.
—De acuerdo… Listo o no, allá voy.
El castaño atravesó el telón del salón de actos con paso
nervioso. Cogió aire, tragó saliva y, sustituyendo su caminar por uno más
seguro y decidido, se acercó al micrófono.
Tosió y comenzó a hablar.
—Queridos alumnos… —comenzó a decir, pero algo le
interrumpió.
De repente, varias grietas se formaron en el techo, grietas
que no tardaron en formar agujeros, y agujeros que se acabaron volviendo un
boquete del tamaño de una persona.
De un modo u otro, Bruce ya se esperaba que eso iba a
ocurrir, pero aún así, no pudo evitar que sus facciones se torcieran en una
expresión de sorpresa.
Del agujero descendió volando una resplandeciente armadura de colores azul
y plata. Era la Modelo 51, y la persona que estaba dentro era, como no podía
ser de otra forma, el fundador de la escuela: Anthony Stark, mejor conocido
como Iron Man.
—Perdón por interrumpir tu discurso, Bruce, pero no podía
dejar pasar la oportunidad de presentarles mis respetos a los alumnos de
nuestra escuela.
—Sabes perfectamente que quieres decir “mi escuela”, Stark
—dijo Banner con una sonrisa irónica—. Además, lo único que buscas es
promocionarte, ¿verdad?
El Vengador Dorado (ahora blanco) ignoró las acertadas
palabras de su amigo.
—Estimados alumnos, me llena de orgullo y satisfacción saber
que todos vosotros habéis decidido participar de esta humilde iniciativa —Bruce
no pudo evitar reír disimuladamente al escuchar la palabra “humilde” salir del
superhéroe con el ego más grande del mundo—. A decir verdad, me gustaría ser
yo, como fundador y financiador de la escuela, quien dé el discurso de
bienvenida en lugar del director, si es que a éste le parece bien , por
supuesto.
—Adelante —concedió Bruce—. Ibas a hacerlo igual…
La metálica cabeza de Iron Man asintió y, en cuanto puso sus
pies en el suelo, ésta desapareció en su espalda como si de un alienígena
viscoso se tratase. Entonces, todos los presentes pudieron ver el rostro del
hombre bajo la armadura: el genio, filántropo, multimillonario y públicamente
reconocido superhéroe Anthony Edward Stark.
—Buenos días, jóvenes superhumanos. Supongo que ya me
conoceréis, pero me presentaré igualmente: soy Iron Man. Y también soy Tony
Stark. Soy un heraldo del bien, un héroe, un ex Vengador, y un superhumano. Sí,
un superhumano. Al igual que vosotros. Y debéis saber que por ser mutantes,
inhumanos u ostentar cualquier tipo de habilidad fuera de lo común no dejáis de
ser humanos —Tony miró de reojo a sus compañeros a su espalda—. Por suerte o
desgracia, me encuentro entre los que se graduaron como héroes sin haber
aprobado esa asignatura, la de la “humanidad”.
Bruce se sorprendió ligeramente al escuchar al
autoproclamado Iron Man Superior admitir eso. Sonrió un poco por dentro al
pensar que quizá, y sólo quizá, esa era la señal de un cambio.
—Prosigue, Tony —le apuró T’Challa con un tono ligeramente
amable.
El ingeniero no se lo pensó dos veces.
—Lo que trato de deciros, chicos, es que, en realidad, no me
importa en qué decidáis convertiros cuando salgáis por estas puertas ya
graduados. Me sentiría orgulloso si decidís convertiros en guardianes de los
más débiles, pero no sentiré ningún tipo de odio o resentimiento hacia vosotros
si decidís caminar por una senda más… oscura. Me es indiferente lo que decidáis
hacer con vuestras vidas y vuestras habilidades, pero quiero que toméis una
decisión. Estoy harto de ver a jóvenes extraordinarios ser marginados o
repudiados por la sociedad. Estoy cansado de este país cuya bandera luce en su
escudo nuestro querido Capitán América, este país que nos utiliza para lo que
necesita y luego restringe nuestra libertad… —al ver que la gente comenzaba a
murmurar, el filántropo decidió hacer énfasis en ciertos puntos— No os
confundáis, aún creo que se requiere cierta regulación en lo que a superpoderes
se refiere, pero también creo que la represión social que sufrimos hoy día es
injusta. Y la causa de esa represión somos nosotros, nuestra propia indecisión.
Constantemente nos debatimos en la delgada línea entre el bien y el mal, eso os
lo digo por experiencia. Siempre fue así, y siempre lo será.
Todos los presentes comenzaron a susurrar entre ellos. Al
parecer, el discurso de Stark había logrado despertar su curiosidad. Eran de
sobra conocidas en todo el país las discutibles acciones que el antiguo miembro
de los Vengadores había llevado a cabo en San Francisco. Que él mismo
admitiera, en cierto modo, que había obrado mal, era algo que pareció
impresionar de sobremanera a los alumnos y dejó gratamente sorprendidos a Bruce
y el resto de los Illuminati presentes.
—Has cambiado, Tony… O al menos, estás cambiando —se alegró
Bruce.
—Chicos, no es realmente importante el lado de la línea que
escojáis, ni siquiera si escogéis alguno. Lo único que deseo es que los
conozcáis todos: las ventajas y desventajas que supone ser superior a la media,
las puertas que el mundo y la sociedad os abren y cierran por ello. Quiero que
os convirtáis en unos adultos formados, con experiencia y conocimiento de la
realidad en la que vivimos. Por eso fundé esta escuela. Por eso todos os
invitamos a venir aquí —los labios del pelinegro se torcieron en una brillante,
ancha y sincera sonrisa—. Espero sinceramente que tengáis una constructiva,
divertida y provechosa vida escolar aquí, en la Academia para jóvenes
Superhumanos Anthony Stark. De nuevo,
buenos días.
La armadura volvió a cubrir el cuerpo de su dueño y, alzando
los brazos en forma de T, desapareció de la misma forma que apareció: volando a
través del techo.
Bruce se dirigió, entonces, a los alumnos.
—En vista de que Tony ya lo ha dicho todo, os ruego que os
dirijáis a vuestras respectivas aulas para conocer a vuestros profesores. Yo
soy Bruce Banner, vuestro director. Actualmente, el mundo me conoce como Doc
Green, pero supongo que os sonará más el nombre de Hulk. Siempre que necesitéis
el apoyo de un adulto, os ruego que contéis con vuestros profesores y conmigo.
Estaré casi siempre en mi despacho. Dicho esto, podéis retiraros.
Todos los alumnos obedecieron la indicación del director.
Banner suspiró. Ese curso sería muy largo y cansado.