9 feb 2016

New Generations #003. El Castigador.

Ryan odiaba a los franceses. Le parecían pijos, presumidos y egocéntricos. Además, su acento le resultaba una auténtica tortura para los oídos. Pero el profesor que tenía frente a él en el aula de castigos, Remy LeBeau, tenía algo especial.
Algo que le incitaba a odiarle aún más.
Con todo, no es como si ninguno de ellos pudiese llevarle la contraria, precisamente debido a su condición de profesor.
A eso, y a que podía hacer explotar cosas.
El gabacho jugueteaba con una moneda, pasándola entre sus dedos, al tiempo que observaba atentamente a los cinco estudiantes recluidos en el aula.
Por cierto, la moneda brillaba. En rojo. Y eso era mala señal.
—Bueno, bueno, chicos… ¿Cómo debería castigaros? —les preguntaba con una sonrisa burlona en los labios.
—Creo que enviarnos a nuestras habitaciones y recluirnos en ellas sería un castigo bastante bueno —sugirió Zack.
Bel essai —dijo el profesor—. Pero no va a funcionar. Tengo que poneros algo más severo… ¿Debería llamar a un experto?
Ryan tenía la extraña sensación de que el cajún se estaba mofando de ellos. Y de una manera muy descarada.
—¿A quién te refieres con “experto”? —preguntó Chris Murray con la misma expresión burlesca que el profesor. Desde luego, ese chico no sabía cuando contenerse.
La sonrisa del francés se ensanchó.
—Veréis… tengo un viejo socio. Nuestra relación no es la mejor del mundo, pero creo que si le llamo y le digo que tengo conmigo a un montón de chicos indisciplinados, accederá a venir encantado. ¿Queréis que venga?
El de ojos carmesíes rebuscó un poco por la agenda de su teléfono móvil. A los pocos segundos, les mostró la pantalla a los chicos.
“Frank Castle”
Oh. Punisher.
Un escalofrío recorrió la espalda de Ryan al leer ese nombre. Por un momento, tuvo un mal presentimiento.
La sonrisa de Chris desapareció.
—Supongo que no es buena idea… —la mueca del profesor LeBeau se acentuó aún más—. ¡Tratará de matarme a mi primero! —se rió para sus adentros. Luego pareció reflexionar un poco— Je sais! ¡Tengo una idea! Mirad, vosotros os aburrís, yo me aburro… ¿Qué os parece si jugamos a un juego? —lanzó su moneda al aire usando el pulgar y, cuando volvió a estar a la altura de sus dedos, la golpeó suavemente con el pulgar, haciendo que esta saliese disparada, rozando levemente la oreja derecha de Ryan, impactando contra la pared a sus espaldas, provocando una pequeña explosión y dejando, como resultado, un pequeño boquete en el muro— Si uno solo de vosotros logra vencerme, os dejaré marchar.


Mick se sentía aliviado. De algún modo, se había librado de la pelea y del castigo. Ah, y de Chris Murray también. De hecho, lo que más le alegraba era haberse librado de Chris.
Sin embargo, ahora estaba con otro elemento potencialmente más peligroso. El chico de ojos oliváceos a su derecha parecía estar maquinando algún tipo de plan diabólico: estaba cruzado de brazos y de piernas, y tenía la cabeza agachada con el flequillo tapándole los ojos. Era curioso e inquietante a partes iguales.
Aún así, el rubio trató de romper el hielo.
—Gracias por ayudarme… —dada la situación, no era una mala manera de iniciar una conversación, y pareció funcionar, puesto que su acompañante despertó repentinamente de su ensoñación.
—¿Eh? ¡Ah! De nada, de nada. Ya sabes lo que dicen, ¿no? Dame la mano y te tomaré el brazo.
Era la primera vez que oía como alguien utilizaba un refrán tan espantosamente mal.
—No lo he pillado…
—A lo que me refiero es a que ahora voy a ser yo quien va a necesitar tu ayuda.
—¿Cómo? ¿Para qué?
—Necesito hacer una visita al aula de castigos.


—¿Qué tenemos que hacer qué?
—Lo que habéis oído. Luchad contra mí. De uno en uno. Y ganad. Si alguno lo consigue, sois todos libres. ¿Qué os parece?
Murray se apretó los nudillos. Sonreía con arrogancia. Zack sonrió para sus adentros.
“Pobre chico”, pensó.
—Creo que empiezo yo —dijo Chris—. No durará mucho.
El acadiano sonrió.
—Desde luego que no…


—¿A dónde me llevas? —preguntó Mick.
—Creo que hay un par de chicas que podrían sernos útiles —explicó el castaño.
¿Qué chicas? ¡No, no! ¡Jamás! A Michael Morgan no se le daban bien las chicas! Bueno, bien pensado, tampoco se le daban bien los chicos, ¡pero las chicas se le daban aún peor!
Conclusión: se deshizo del agarre de su compañero. ¿Cómo? Es… difícil de contar.
EL otro avanzó unos pasos más. Luego se detuvo en seco, miró su mano vacía y parpadeó varias veces. Luego volvió a mirar a Mick.
—¿Cuándo has...?
—Es difícil de explicar…
—No creo que mucho. Aquí todos tenemos poderes, ¿recuerdas?
—Bueno, sí, pero…
—Pues entonces, vámonos.
Vale, eso había sido raro. El chico había pasado de estar tirando de su mano a estar empujándolo por la espalda. Y vosotros, queridos lectores, pensaréis. “Bah, tiene supervelocidad o se teletransporta. Cliché.” ¡Pues no! El caso era que Mick estaba siendo empujado por unas manos, pero el otro chico, la única persona a parte de él en todo el pasillo, estaba aún frente a él, sonriéndole de una manera extraña.
—¿Ves? Eso sí es raro.
Cuando volvieron a estar a la misma altura, dejó de sentir el extraño empujón. Entonces se giró. Miró en su espalda. No había nada.
—Por cierto, ¿cómo te llamas? —le preguntó el misterioso chico.
—Michael Morgan…
El otro sonrió. Una sonrisa, mitad inocente, mitad diabólica, que le hizo dudar de las auténticas intenciones de su dueño.
—Zane Cross —dijo simplemente—. ¿Sabes? Creo que seremos un gran equipo.


—¿Siguiente?
Cinco segundos. El profesor LeBeau había tardado un tiempo exacto de cinco segundos en derribar al cretino de Murray y dejarlo inconsciente.
Peter arqueó una ceja. Los profesores estaban a un nivel totalmente distinto.
Aunque, bueno, eso era obvio.
Se hizo crujir el cuello y dio un paso al frente.
Oh là là… ¿Ahora vas tú?
Asintió con la cabeza.
—¿Te importaría decirme tu nombre?
—Peter Gonzales .
Por la expresión que puso, a Peter le pareció que el cajún ya conocía la respuesta.
—Entiendo… Intentemos no destruir el aula, si vous plait.
Y los golpes comenzaron.


—¿Qué necesitáis ayuda para qué? —exclamó la joven rubia.
—Para rescatar a los que están metidos en el aula de castigo —Zane sonrió. Era una sonrisa natural, pícara y torcida, igual a la sonrisa de un estafador, o a la de un vendedor de enciclopedias a domicilio.
—Espera, espera. Ni siquiera te conocemos, ¿y quieres que os ayudemos? ¿Qué dirán si nos ven por ahí con el rarito de la clase? Porque ya sabes la reputación que tienes, ¿no?
—Mi reputación me da bastante igual, sinceramente —se encogió de hombros el aludido.
La chica pecosa arqueó una ceja. Generalmente, a Michael no le agradaba la gente superficial, pero ella lo disimulaba tan poco que resultaba hasta gracioso.
Y falso. No era creíble en lo absoluto.
Miró de reojo a su compañero y vió que seguía sonriendo. Probablemente estuviese pensando lo mismo que él.
—El caso es —siguió explicando— que necesitamos sacar de ahí a algunos de ellos, no a todos. Y estaba pensando que, quizás, si dos alumnas guapas y alegres como vosotras se lo pedían, al profesor LeBeau no le importaría hacer una excepción con ellos por un día.
La pecosa sonrió ligeramente, probablemente gracias a la expresión “guapas y alegres”. La otra, por su parte, se limitó a suspirar y a levantarse de su asiento.
—Está bien —dijo—. Vamos.
—¿Qué? ¿En serio? Amanda, ¿de verdad vas a ayudarles?
—No. He dicho “vamos”, no “voy”.


Amanda no sabía de dónde le había salido el valor para aceptar esa propuesta tan loca. Desconfiaba del chico moreno y quería saber qué tenía en la cabeza, pero en una situación normal jamás se hubiese atrevido a decir que sí con tanta decisión.
Cross iba al frente, caminando con paso lento, al tiempo que Aline (sí, así se llamaba su nueva amiga) se quejaba de que no quería estar ahí. El otro chico, un tal Michael Morgan, parecía algo alicaído. Amanda tragó saliva. La confianza con la que había accedido a ayudarles se había esfumado, pero tenía curiosidad por saber algo de ellos.
—Eh… Michael, ¿verdad? —le dijo tras acercarse a él. El rubio dio un respingo. Se giró abruptamente, lo cual consiguió asustar ligeramente a Amanda. Ambos se sonrojaron ligeramente por la vergüenza.
El chico parecía tímido. ¿Qué estaba haciendo con alguien tan perturbador como Zane Cross? Tenía que comprobarlo.
—¿Necesitas algo…? —preguntó el rubio.
—Bueno… He accedido a ayudaros, pero realmente no sé nada de vosotros. Me preguntaba si podríamos hablar un poco por el camino.
—Cla… Claro.
Ya había iniciado la conversación. Ahora sólo necesitaba una forma de conducirla por donde ella necesitase. Esas cosas se le daban tan mal…
—¿A quienes queréis liberar exactamente, y para qué? —preguntó ella.
—No lo sé. Zane me arrastró a esto después de que nos escabullésemos de la pelea. No tengo ni idea de qué planea… ¿Por qué no le preguntas a él directamente? —dijo el chico. Se notaba que no se sentía muy cómodo con el tema de la conversación.
Sin embargo, Amanda ya no podía, ni quería, cambiar de tema.
—¿Y por qué estás con él?
—Por la misma razón que tú, supongo: quiero saber qué se propone.
Pillada.
—¿Te diste cuenta?
—Sí, y él también. Eso, y de que tú también habías sido arrastrada por tu amiga hasta dónde estabas.
Vaya, el chico resultó ser más inteligente de lo que le pareció a primera vista. ¿Dijo que Cross también se había dado cuenta de sus intenciones? ¿Por qué no dijo nada?
Sus pensamientos fueron interrumpidos de repente por el objetivo de los mismos.
—Llegamos.


Peter había durado bastante más que Chris.
Luchó con espadas y cuchillos como quien lo hace con uñas y dientes. Literalmente. Sin miedo de hacer demostraciones de poder, sacó de su cuerpo un gigantesco arsenal de armas blancas varias, y lo lanzó contra el profesor. Espadas, dagas y cuchillos, todos ellos chocaron contra las cartas explosivas de Gambito y se pulverizaron al instante. De la nube de humo provocada, una última carta surgió, pero fue rápidamente bloqueada por una espada salida del brazo del latino.
Absorbió la espada bastarda, y de las palmas de sus manos surgieron dos cimitarras. Rápidamente, se adentró a la carrera en la nube de humo, disipándola al cortar el aire con ambos filos.
Sin embargo, cuando el estrato negro desapareció, el acadiano ya no estaba ahí.
Dessus! —exclamó el desparecido profesor desde el techo. De alguna manera, se había agarrado a los huecos entre las losas.
De no se sabe dónde, el francés sacó una larga barra de metal. Sus extremos brillaban con la misma energía explosiva que sus cartas. Ágilmente, se dejó caer sobre Peter, golpeando una de sus dos espadas son su barra, destruyéndola y provocando una explosión que casi lo deja K.O.
Aún así, el pelinegro no desistió. Con una nueva espada, atacó salvajemente al cajún, que le esquivó con gracia. Hizo un par de florituras con su arma, y después golpeó con su extremo el centro de la espalda de su oponente. La explosión le dejó en el suelo.
Y ahí se quedó.
—Tienes un arsenal infinito de armas a tu disposición, y no sabes usarlo… —suspiró Remy— El combate no se trata de simple violencia desmedida. A eso se le llama guerra. Si eres un espadachín, debes contar con un mínimo de habilidad y técnica con la espada, no con mera fuerza bruta. Recuérdalo —el profesor dirigió su mirada al resto del alumnado—. ¿Quién quiere ser el siguiente?
Zack iba a ofrecer a Ryan como voluntario, pero el sonido de la puerta le interrumpió.
“Justo a tiempo”, pensó.
Remy abrió. Al otro lado había dos chicos y dos chicas. Uno de ellos era el rubio con el que se habían estado metiendo, pero no reconocía a los otros tres. El chico moreno le miraba disimuladamente con una sonrisa torcida en su cara.
—¿Qué necesitáis?
Nadie dijo nada. El moreno le pegó un ligero codazo a la joven pecosa a su lado que, tras protestar ligeramente, se dirigió al profesor.
—Ehm… Profesor LeBeau. ¿Podría retirarles el castigo a los chicos, por favor? Es que les necesitamos para… un proyecto que nos ha mandado el profesor Rogers.
—Ninguno de estos chicos cursa Historia de América, ma fille —respondió divertido el profesor—. Y el Comandante Rogers aún no ha mandado ningún trabajo.
La chica se sonrojó de pura vergüenza, para luego dirigirle al joven castaño una mirada cargada de ira y resentimiento. Después le dijo algo al oído:
—Arréglalo tú —susurró. Zack era muy perceptivo, y no tuvo dificultades para escucharla.
Él levantó sus manos.
—Está bien, está bien… —miró directamente al cajún— Profesor LeBeau… ¿Ha descubierto algo interesante? Quiero decir, es por eso que están castigados, ¿no? Es decir, los días festivos como hoy estamos todos libres de castigos de cualquier tipo.
—Te has leído bien el reglamento, chico. Sin embargo, ellos han usado sus poderes en público y puesto en peligro al cuerpo estudiantil. El reglamento dice que esa es una excepción a la regla, ¿no?
—Solo cuando alguien sale herido. Y nadie ha sufrido ni un rasguño —sonrió inocentemente el chico. Una sonrisa más bien falsa.
Gambito estuvo en silencio un tiempo. Después, comenzó a reír.
—Está bien. Chicos, sois libres por esta vez. Supongo que ya tengo datos suficientes sobre vuestros poderes como para que el director no se enfade conmigo.
—¿Qué? ¿Datos…? —musitó una de las chicas, la rubia.
—Tranquila, Amanda, de ti ya sabemos lo suficiente. Tony nos ha facilitado esa información —los ojos carmesíes del francés se clavaron en los de ella—. No vamos a hacerte pruebas ni nada por el estilo.
Tras decir eso, Remy LeBeau se marchó.
—Mierda —gruño Alan Mesiah, al tiempo que cargaba a Chris a su espalda—. Nos la ha jugado.. Por eso no me gustan los franceses…
Se retiró también.

Zack miró a las personas que le rodeaban. Primero de todo, el rubio con el que se habían estado metiendo. Parecía tímido y fácilmente influenciable. También estaban Ryan y Peter, el tipo del aura asesina y la máquina descontrolada de cortar y apuñalar. La chica rubia le daba la sensación de ser poderosa, pues por las palabras de LeBeau, el mismo Iron Man la había traído a la Academia. La otra, si bien no parecía especialmente fuerte, era una pieza clave para mantener a la tal Amanda con ellos. Después estaba Zane Cross. Parecía inteligente, demasiado astuto para su gusto. Merecía la pena mantenerle vigilado.
Sí, sin duda habían formado un buen grupo. Justo lo que él quería.
—Bueno, hemos pasado por bastante hoy, ¿no? —dijo alegremente— ¿Os apetece salir un rato a dar una vuelta, o algo?
Michael asintió tímidamente, Peter gruñó al tiempo que se levantaba del suelo, y Ryan se encogió de hombros. La chica pecosa pareció dudar un momento, pero no tardó en exclamar un “¡Sí!” y arrastrar a su amiga con ellos. Zane, por su parte, le susurró algo al oído.
—¿Somos suficiente para tus planes?
Lo sabía. Zack no podía imaginarse como, pero lo sabía. Razón de más para tenerle de su parte.
—Casi. ¿Quién te ha dicho que yo…?
—Un pajarito. Alguien que no conocemos, pero sí nos conoce a nosotros.
Eso solamente logró confundirle más.
—Entiendo —mintió—. ¿Vamos?
El otro chico sonrió afirmativamente.
—Vamos.


Por otro lado, en ningún lugar y en ningún momento concretos, unas figuras observaban a los jóvenes como quien veía un reality show.
—Son interesantes… —murmuró una de ellas, de voz aguda y cacareante.
—¿Deberíamos hacerles una visita? —preguntó otra, de voz ronca y grave.
Otra de ellas emitió un sencillo bufido a modo de respuesta.
—Relajaos, hermanos —dijo otra voz. Esta era diferente, más genérica e impersonal, como si resonase en las mentes de todos y no surgiese de ningún lugar en particular. No era ni de joven ni de viejo. Ni masculina ni femenina. No tenía timbre ni tonalidad. Eran simples palabras perceptibles —. No tenemos prisa, por ahora… limitémonos a observar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario