8 feb 2016

New Generations #002. Comienzan las clases.

Zane se aburría. Se aburría mucho. Se aburría de tal forma que, con el fin de entretenerse, se estaba dedicando a observar a sus compañeros de clase, los cuáles le resultaban a cada cual más común y, por consiguiente, más aburrido.
Conclusión: no tenía ningún medio para luchar contra su creciente apatía. Y eso le disgustaba. Le disgustaba mucho.
Se levantó de su pupitre y caminó en dirección a la puerta del aula. Por el camino, echó un último vistazo a todos los presentes. Notó cómo algunos le seguían con la mirada, cómo otros le ignoraban olímpicamente y cómo otros (chicas en su mayoría) cuchicheaban entre ellos mientras le dirigían miradas discretas. Miradas que no tardó en identificar: curiosidad, fascinación, rechazo... Nada fuera de lo común en una habitación llena de adolescentes. El chico sonrió para sus adentros. Aún era el primer día, y ya era el raro de la clase.
Y ser el raro de una clase en la que todos tienen superpoderes era un logro al alcance de pocos.
Caminó por los pasillos a paso calmado. Miró el reloj en su muñeca izquierda: las nueve y media. Habían pasado ya treinta minutos desde que, en teoría, habían iniciado las clases, y no había ni rastro del que iba a ser su profesor. Según el horario, la asignatura que le correspondía en ese momento era Historia de América, que seguramente consistiría en escuchar al profesor de turno leer lo que ponía en el libro sin tener realmente ni idea de qué estaba diciendo.
Iba así, sumido en sus pensamientos, cuando chocó contra lo que pensó era un muro de hierro.
Sin embargo, la verdad era algo totalmente distinto. Aquello con lo que había chocado no era un muro, sino una persona: un hombre de prominentes altura y musculatura, de rostro duro y cabello rubio entrecano, ataviado con un pantalón recto y una americana, ambos de color marrón, una camisa blanca y una corbata negra.
—Perdona, chico —le dijo. Su voz era profunda y vivaz, a pesar de que aparentaba tener ya una edad relativamente avanzada— No sabrás por casualidad dónde está el Aula 1-3, ¿verdad?
—Eh... Sí, de hecho acabo de salir de allí.
—Oh, qué suerte —sonrió el desconocido— ¿Podrías llevarme hasta allí, por favor? Verás, tengo que dar una clase, pero me he perdido y llego tarde.
—Ah, ¿es usted el profesor de Historia de América? Justo había salido a buscarle —mintió—. Es por aquí, venga.
Zane escoltó al profesor hasta el aula. Una vez el adolescente entró, él esperó unos minutos y después atravesó el umbral de la puerta.
—Bien, bien, todos a sus sitios, estudiantes. He llegado tarde, así que limitaremos la clase de hoy a unas cuantas presentaciones.
Todos se sentaron correctamente en sus sitios, a la espera de que el profesor continuara hablando.
—Muy bien, comenzaré yo: mi nombre es Steven Grant Rogers, y seré vuestro profesor de Historia de América, además de vuestro tutor en el bachillerato de Ciencias Sociales.

Zack suspiró. La clase de Biología había sido... interesante. Su profesor, un tal Curtis Connors, les habló sobre la capacidad regenerativa de las células y la posibilidad de acelerar dicho proceso a través de modificaciones forzosas del ADN. Acabó la clase diciendo que, a pesar de no estar restringido por la ley, experimentar con la genética era peligroso y podía tener conclusiones graves.
Aunque ese tema en concreto no le resultaba precisamente apasionante, la forma de explicar del profesor, como si lo hubiese experimentado de primera mano, le llamó la atención al punto de que no pudo evitar escuchar toda la lección sin siquiera acordarse de pestañear.
Una vez terminada la clase se levantó de su asiento, tomó sus libros y se dirigió a su taquilla para guardarlos.
Una vez realizada la rutinaria acción, se dirigió al patio del instituto, para disfrutar de su media hora de descanso.
Se sentó en un banco y contempló el panorama. Para ser el primer día, los grupos que se habían formado estaban ya bastante definidos. Había chicos jugando juntos a diferentes deportes, chicas sentadas en el suelo, hablando entre ellas y escribiendo en sus móviles, grupos pequeños conversando animadamente aquí y allá, y algún que otro inadaptado como él que aún no había encontrado un grupo al que acoplarse.
Sonrió. El paisaje era realmente interesante. Ya había visto la superficie del resto de los estudiantes. La pregunta importante era... ¿Qué había en sus corazones? Por suerte, podía averiguarlo.
Cerró los ojos y se concentró. A los pocos segundos escuchó cómo algo hacia "click" en su cabeza, y sintió cómo sus globos oculares comenzaban a arder. Separó sus párpados.
Veía todo como a través de una cortina de niebla, oscura y difusa. Lo único que percibía con perfecta claridad era a las personas.
O, mejor dicho, las almas de las personas.
Bueno, tampoco eran exactamente sus almas, sino más bien la energía que emanaba de sus cuerpos, sus "auras".
Las auras de todos los estudiantes eran más intensas que las de la mayoría de los seres humanos, debido seguramente a que todos ellos eran superhumanos. Brillaban, además, en muchos y muy variados colores: rojo escarlata, azul cian, verde jade, dorado... Todas, salvo una, que no tardó en llamar su atención. Más intensa que la de la mayoría, parecía gritarle que se alejase, ordenarle que se fuese. Era oscura y siniestra, y centelleaba como si de una hoguera negra se tratase. Sí, negra. Negra como el ónice, como el ópalo y como el azabache. Un negro brillante y escalofriante, que parecía más un miasma de muerte que una llama de energía vital.
Zack se sintió embelesado por tal manifestación de poder. Recuperó su visión normal en un parpadeo, y se fijó en el dueño de tan asfixiante energía. A simple vista, parecía un chico bastante normal: alto, de cabello negro peinado en un corte casi militar, ojos oscuros y lo que parecía ser una barba afeitada a medias. Nada muy alejado de la imagen del adolescente americano promedio. Lo único que le llamaba muy ligeramente la atención era su vestuario: pantalones vaqueros con numerosos agujeros y remiendos, y una camiseta negra de manga corta de lo que, supuso, era una banda de heavy metal. A parte de eso, no había nada que realmente estuviese fuera de lo común.
Después de pensarlo por unos segundos, decidió acercarse al misterioso joven, movido más por la curiosidad que por una necesidad genuina de hacer vida social. Su objetivo se encontraba descansando su espalda en la pared cerca de la puerta, escuchando música en su teléfono móvil.
Zack le dio un ligero toquecito en su hombro para llamar su atención. El chico levantó la vista y le miró. Sus ojos, tan oscuros como su cabello, parecían agujeros negros capaces de absorber su alma sin dejar el más mínimo rastro. Suspiró, se quitó los auriculares y le miró directamente.
—¿Quieres algo? —le preguntó. Su voz no era especialmente grave, pero su tono apagado y cuasi melancólico resultaba realmente desalentador.
—No, nada… Es sólo que te vi aquí sólo y, bueno… Me preguntaba si querrías compañía.
El chico se encogió de hombros, dando a entender que no le importaba, y prosiguió escuchando su música, actitud que no logró sorprender del todo a Zack. Decidió ser más directo.
—Oye… ¿Te ocurre algo? Quiero decir… Lo normal sería tratar de socializar un poco el primer día, ¿no es así?
—Tú tampoco estás aquí para socializar, precisamente.
No era una pregunta, sino una afirmación. Afirmación que sí tomó por sorpresa al aludido.
—¿Cómo lo supiste?
El otro volvió a encogerse de hombros.
—Me lo han dicho. Lo siento, no puedo darte las respuestas que quieres.
Zack sonrió.
—¿Ni siquiera puedes decirme por qué tu aura brilla como la de un demonio?
Esas palabras parecieron despertar algo en su interpelado. Por algo menos de un segundo, abrió los ojos desmesuradamente, como si acabaran de descubrir su secreto más importante. Satisfecho con su logro, Zack le tendió una mano.
—Zack Malice. Espero que nos llevemos bien.
El chico pareció dudar un poco.
—Ryan Demaon.
“Uno”, pensó Zack, al tiempo que se reía interiormente con satisfacción.

—¿Ese era el Capitán América?
—El antiguo, sí…
—Vaya… sí que es viejo…
Para Amanda Riddle, los cuchicheos de sus compañeras no le resultaban para nada interesantes. Sí, el Comandante Rogers en persona había ido a darles una clase de Historia de América. Era lógico, ¿no? Es la encarnación viva de la historia de su país. ¡Y por supuesto que era viejo! ¡Por el amor de Dios, era un héroe de la Segunda Guerra Mundial! Por otro lado, la presencia de ese hombre era realmente sobrecogedora, en términos de fuerza.
Miró sus manos. Ser un súper soldado en la cumbre de las capacidades humanas sí que sonaba como un poder útil, no como el suyo…
—¡Amanda!
Se sobresaltó al escuchar su nombre. Miró hacia arriba. Una chica de cabello castaño y rostro pecoso la miraba directamente a los ojos. No recordaba su nombre, pero al parecer ya eran las mejores amigas después de haber hablado por apenas diez minutos antes del comienzo de la clase.
—¿Sí? —le preguntó con gesto desganado. Nunca había sido buena tratando con desconocidos— ¿Necesitas algo?
La chica suspiró y sonrió.
—No soy yo quien necesita algo; eres tú quien lo necesita —debió de notar la confusión de Amanda en su rostro, por lo que siguió hablando— ¡Es la hora del descanso! ¡La hora del descanso! Con esa cara de pena que llevas contigo, necesitas salir a fuera a que te toque un poco el sol.
El comentario de la castaña le hizo reír ligeramente. Tomar el sol era, de hecho, lo último que necesitaba.
A menos que quisiera que el instituto explotase de un momento a otro, claro.
Con todo, su desconocida mejor amiga la tomó de la mano y prácticamente la arrastró fuera del aula. Por el camino, se detuvo al notar una figura que contrastaba claramente con el resto de la clase. Un chico de alborotado y oscuro cabello castaño, largo hasta el final del cuello, descansaba con el rostro semi hundido entre sus brazos sobre la mesa. Vestía con un pantalón vaquero recto y una holgada camiseta violeta de manga corta. Era casi la encarnación de la pereza y la dejadez.
—¿Amanda? ¡Vamos, ya sé que Cross es un espécimen raro de ser humano, pero no hace falta que le estudies tanto! —se quejó la chica con un fingido tono de molestia.
—¿Raro?
—Sí, raro. Se marchó del aula cuando el profesor de Historia no estaba, y luego apareció con él. Sería lógico si se tratase de un empollón, ¡pero luego estuvo durmiendo durante toda la clase!
—Mmmmm… ¿De verdad? No me di cuenta.
La joven pecosa volvió a suspirar.
—En serio, ¿en qué mundo vives? —aunque trataba de sonar molesta, la sonrisa no desaparecía de su cara. La personalidad de esa chica realmente le intrigaba— Anda, vamos a fuera, quizá si nos integramos en algún grupo se te quita esa empanada que llevas encima.
—¿No sería un poco grosero introducirnos en un grupo, así sin más?
—¿Grosero? —la chica comenzó a reírse a carcajada limpia— ¿Lo dices en serio? ¡No puedo creer que seas tan tímida! No te preocupes, aquí prácticamente nadie se conoce, así que es perfectamente normal tratar de socializar con cualquiera de buenas a primeras —Amanda no estaba muy convencida, y su expresión debió demostrarlo, porque ella continuó hablando—. ¡Tranquila, tu experta en relaciones públicas está aquí para ayudarte en todo lo que necesites!
La chica le dedicó una brillante sonrisa, a lo que ella sólo pudo responder sonriéndole tímidamente. Tan sólo esperaba volver a escuchar su nombre para volver a aprendérselo. Preguntárselo a esas alturas sería demasiado vergonzoso.
—Gracias… —murmuró.
—¡No hay nada que agradecer! —sonrió la chica. Sin embargo, su sonrisa se congeló de repente— Parece que fuera hay problemas.

Ryan tuvo que quitarse uno de sus auriculares para poder escuchar al tal Zack, que no paraba de parlotear sobre temas absolutamente triviales. El chico, de estatura considerablemente más escasa que la suya, recortado cabello negro y constitución fornida, era incapaz de callarse por más de cuatro segundos.
Le estaba analizando, no cabía duda.
El más alto de los dos no tardó en darse cuenta de que lo único que pretendía su acompañante con ese monólogo que intentaba ser una conversación era observar cómo reaccionaba para conocerle mejor. Debía reconocer que era una forma bastante inteligente y calculadora de hacer amigos, pero no funcionaría con él. Ryan nunca abriría su corazón a las personas.
Jamás.
—Entonces… ¿En qué clase estás?
—En la 2-1…
—¿En serio? ¡Yo estoy en las 2-2! ¡Tenemos la misma edad, entonces!
El chico se carcajeó falsamente, pero algo le interrumpió. Gritos. Pero no eran gritos de dolor o de miedo. Eran vítores. Vítores, abucheos y palabras de ánimo. En un instituto, eso sólo podía significar una cosa: pelea.
Dirigió su mirada a Malice. Su sonrisa había cambiado, ahora era más real, más sincera. Sus ojos verdes centelleaban como linternas o pequeños farolillos.
—Dos —le escuchó murmurar.
Inesperadamente, el chico le tomó de un brazo y comenzó a correr en dirección a la supuesta pelea, arrastrándole con él.
—¿Qué pretendes? —le preguntó mientras se dejaba llevar.
—Tan sólo estoy buscando personas interesantes.

Amadeus suspiró con cansancio. Ser la séptima mente más privilegiada del mundo era algo que, de mano, te aseguraba un puesto fijo en cualquier compañía o laboratorio. Y, sin embargo, había terminado siendo profesor de Matemáticas en un instituto para chicos con poderes especiales. ¿Le asignaban la característica de ser “súper” sólo por tener una capacidad cerebral superior al promedio? Le parecía ciertamente injusto.
Era verdad que, en su ingenuidad, había apoyado el proyecto de Stark, e incluso había aceptado el puesto que le había asignado pero, en ese momento, se arrepentía profundamente de su decisión.
¿Por qué? Porque era el primer día lectivo, y sus alumnos ya se estaban metiendo en una pelea.
—Vamos, chicos, deteneos ya… —ordenó, siendo olímpicamente ignorado.
Para encima de todo, los chicos que se estaban peleando eran, de lejos, los más problemáticos e irreverentes de todos.
—¿Tienes algún problema conmigo, Gonzales?
El más alto de los dos, un joven de cabello rubio cenizo y ojos de color aguamarina amenazaba al que tenía en frente, un joven de altura ligeramente menor, pero considerablemente más fornido. Este último tenía el cabello, de color negro, largo hasta casi sus hombros, y una pequeña perilla también de color azabache. Sus ojos, del color del acero, observaban al rubio con una mirada que parecía cortar por sí misma.
—Déjame en paz, Murray.
—¿Qué te deje en paz? ¡Si fuiste tú el que saltó a defender a ese pringado!
El “pringado” en cuestión era un tal Michael Morgan, un alumno un tanto tímido que, al estar en la misma clase que el problemático y vanidoso Christopher Murray, había sido el primero en recibir bromas pesadas por su parte.
Peter Gonzales, el otro alumno problemático, un año mayor que los otros dos, observó por un segundo a Morgan, que se encontraba detrás de él. Tenía su vista clavada en el suelo.
—Sólo le defendí porque me molestaba escucharte —respondió Peter con frialdad.
Christopher sonrió.
—Así que de eso se trata, ¿eh? Y dime, ¿qué vas a hacer? ¿Pegarme?
El pelinegro se limitó a mirarle impasiblemente. Al no recibir una respuesta, el más alto se molestó y, haciendo crujir sus dedos en sus manos de forma amenazante, se abalanzó sobre su “oponente”.
En un rápido movimiento, Murray intentó golpear el rostro del pelinegro con su antebrazo, pero éste ladeó su cabeza, de forma que el golpe impactó en la zona entre su hombro y su cuello.
—Débil… —murmuró Peter. Sus palabras parecieron molestar al otro.
—Si hubiera usado mis poderes, estarías muerto —le aseguró.
—Lo dudo.
Amadeus tenía que intervenir y detener la pelea antes de que comenzasen a usar sus poderes. Por otro lado, no parecía que sus estudiantes fuesen a escucharle, y le emocionaba en cierto modo presenciar una pelea después de tanto tiempo sin vivir una aventura real.
Sin embargo, toda su fascinación desapareció cuando más alumnos se metieron en la pelea.
—Hey, ¿os estáis peleando? ¿Y habéis empezado sin mí? —dijo una áspera voz.
El dueño de ésta era un chico de cabello negro peinado en cresta. Amadeus lo reconoció: estaba en la clase de Curt Connors. Su nombre era Alan Mesiah y, a pesar de que, según su expediente académico, era un auténtico genio en lo que a ciencias se refería, también era un buscapleitos de primera. El chico, de constitución delgada, piel bronceada y ojos heterocromáticos (marrón el derecho y ambarino el izquierdo) era el tipo de persona que se metía en cualquier pelea que veía.
O, al menos, eso podía deducir el Séptimo Hombre más Inteligente del Mundo al contemplar la escena que estaba viendo.
—Parece que tienes problemas aquí, Chris. Dos contra uno no me parece una pelea justa.
—Tch. Como si Morgan fuese a pelear. No necesito ayuda, Alan —se quejó el otro.
—¿Y tres contra dos? ¿Te parece eso justo?
Con todo, Alan no fue el único que se metió en mitad del conflicto. Otros dos, Zack Malice y Ryan Demaon, también aparecieron. Por la expresión de Demaon, estaba claro que había sido arrastrado allí en contra de su voluntad. Por su parte, Malice parecía estar observando muy detenidamente a cada contendiente.
—¡Ahora sí que suena divertido! —se alegró el de ojos dispares.
Amadeus vio cómo el chico de ropas negras suspiraba con resignación y ayudaba a Michael a ponerse en pie, mientras que los ojos del que había entrado a la pelea junto a él comenzaban a centellear con una tenue luz dorada. Alan se mordió un dedo con fuerza, causando que comenzara a sangrar, aunque no parecía importarle. Christopher, por su parte, se subió las mangas de su camisa, como si no quisiese que su ropa se estropeara en la pelea. El único que permanecía impasible era el siempre frío Peter Gonzales.
El profesor analizó rápidamente la situación: los ojos de Malice, el dedo sangrante de Mesiah y los brazos de Murray. Sin duda, estaban listos para usar sus poderes. Se apresuró a separarlos, pero una mano en su hombro lo detuvo. Miró a su espalda: un hombre de tez clara, cabello castaño y ojos enteramente rojos le miraba fijamente al tiempo que negaba con la cabeza.
—Remy… ¿qué estás haciendo?
—Amadeus, mon ami, creo que no es el momento adecuado para detener esta contienda… ¿no opinas lo mismo?
El aludido frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir?
El castaño sonrió con picardía ante su pregunta.
—Bueno… creo que es una buena oportunidad para observar el alcance de sus habilidades.
—La Academia no permite la utilización de superpoderes dentro de sus muros.
—Bueno… De momento, limitémonos a observar.
Entonces, el ruido de dos metales chocando uno contra otro alertó al profesor. Amadeus se giró bruscamente, sólo para encontrar que los dos alumnos que habían iniciado la reyerta estaban ya en pleno enfrentamiento. De los desnudos antebrazos del más alto emanaban potentes formas luminosas que parecían ser capaces de cortar por la mitad un escudo de vibranium. Por otra parte, Gonzales parecía estar, de repente, armado con una pesada espada, tan real y afilada que había formado un profundo surco en el suelo. La espada del moreno chocaba contra el brazo derecho de su oponente en un forcejeo casi equilibrado.
Por otro lado, la sangre que brotaba del dedo mordido de Alan fluía por el suelo cuan serpiente, acercándose cuidadosamente al espadachín, el cual parecía no haberse percatado, a diferencia de Malice, que ya se estaba moviendo hacia adelante para tratar de detenerle. Demaon permanecía en el sitio, de brazos cruzados, sin si quiera mostrar la intención de usar sus habilidades superhumanas. Por otra parte, Morgan había desaparecido de escena. Probablemente hubiera huido.
Amadeus perdió la paciencia, y se dirigió a detenerles, pero sintió como algo rozaba su cabello y se detuvo en seco. Una carta. El proyectil siguió su camino y aterrizó en el suelo entre los dos chicos enfrentados, causando una pequeña explosión que los empujó al suelo, separándolos en el proceso.
Chers étudiants, me gustaría que detuvieseis vuestros instintos asesinos dentro del campus escolar. Ya sabéis que no está permitido utilizar vuestros poderes aquí. Amadeus, ¿crees que deberíamos imponerles algún tipo de castigo?
El héroe de raíces coreanas estaba perplejo. ¿No acababa Gambito de detenerle hacía apenas un minuto? ¿No decía que sería interesante verles usar sus poderes? Pestañeó un par de veces. ¿Qué estaría planeando el acadiano?
Decidió que, de momento, la decisión más acertada sería seguirle el juego.
—No sólo habéis comenzado a pelear en vuestro primer día de clases, sino que habéis ignorado mis reclamos y, encima, habéis hecho uso de vuestros superpoderes. ¿Sabéis lo que eso significa?
El X-Man de ojos rojos continuó por él.
—Significa que habéis violado tres importantes normas de la Academia, lo que en casos normales se traduciría como una expulsión temporal. Sin embargo, dado que es el primer día y aún no estáis bien adaptados al ambiente, os pondremos un castigo algo menos severo.
—Vais a pasaros dos horas más después del fin de las clases en el aula de detención —continuó Cho— El profesor LeBeau será quien os vigile.
Amadeus había supuesto que el francés se mostraría disconforme con la decisión, pero éste se limitó a asentir con una ligera sonrisa plasmada en los labios.

— Entonces está decidido. Vamos enfants, estáis castigados.

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