15 oct 2016

New Generations #011. Verethragna (parte 2).

T’Challa golpeó con su puño la mesa de la sala de profesores con tal fuerza que provocó una ligera quebradura en la madera.
–¿¿Cómo se atreven a venir a mi territorio esa copia barata de caballeros del Zodíaco y a amenazar a mis alumnos?? –exclamó el recién dueño de la escuela.
–En primer lugar, Su Majestad, creo que deberíamos calmarnos –dijo Amadeus Cho, analizando mentalmente su situación con su asombroso intelecto, degradado al rol de profesor de matemáticas en el espacio estudiantil.
–¿Hay alguna manera que se os ocurra de eludir la confrontación por parte de los alumnos? –comentó el director Banner, ya de vuelta en su forma más amistosa.
–Me temo que no, Bruce –dijo Reed Richards, líder de los Cuatro Fantásticos, e invitado a aquella urgente reunión–. He analizado cada fotograma de las grabaciones y al detalle las lecturas recogidas por los robots de Stark que se acercaron mínimamente a ellos y son imparables en grupo. Pero, teniendo en cuenta la voz de Kingpin podemos determinar que no mentía al poner las normas, así que estoy un 94% seguro de que no van a hacer trampa en ese aspecto. Y de igual manera cumplirán sus amenazas si no las seguimos. Creo que no nos queda otra que seguirles el juego y entrenar a los chavales lo mejor que podamos.
–Ya veo… Y yo que creía que con el tema de las Incursiones ya teníamos bastantes problemas –continuó Patera Negra–. Pues tenemos que empezar pero ya a entrenarlos específicamente. Y lo primero es escoger a los diez alumnos y alumnas que mayor potencia tengan a la hora de combatir. Castle, tú eres el que más les ha probado en la clase de Educación Física Aplicada, probando sus habilidades especiales. ¿Alguna idea?
El Castigador, receptor de esta pregunta, mantuvo su semblante impasible y sus brazos cruzados sobre su pecho, decorado con la ya icónica calavera blanca, considerada por muchos símbolo de mal augurio.
–Tengo algunos candidatos en mente, sí.
–Pues tú y yo vamos a escogerlos en un momento –dijo Amadeus, en pie frente a la pantalla holográfica con unos cuantos perfiles de alumnos. Se giró hacia Frank Castle–. Tengo algunos candidatos también que… –el Castigador le dedicaba una de sus miradas más bordes– Bueno, a ver, si tú estás de acuerdo, claro. Je –añadió con nerviosismo.
–Supongo que trabajaremos juntos, niño –se resignó finalmente el de la calavera.
–Me sorprende que Stark no se haya llevado sus robots con él –dijo Natasha, la Viuda Negra–. Es muy de recuperar sus juguetes.
–Conozco a Tony desde hace mucho tiempo, Natasha –le respondió Steve Rogers, el Capitán América original, ahora convertido en un septuagenario–. Aunque ahora esté pasando por un… Llamémoslo periodo extraño, en el fondo sigue preocupándose por este proyecto y por lo s alumnos. Bruce y yo llegamos a la conclusión de que además obtiene información a través de ellos, pero decidimos que no nos preocupa demasiado las lecturas que pueda recibir.
La mujer en el traje de cuero negro se quedó pensativa ante la respuesta del centinela de la Libertad
–¿Y qué me dices del chaval que entrenas tú, Supervisor? –continuó T’Challa con su ronda de preguntas, a modo de cambio de tema.
–Aún tiene mucho que aprender de sí mismo y sobre cómo controlarse, pero sin duda es una máquina de combate con patas. Puede servir.
–Me alegra oír eso, supongo que si es bueno para ti, dará la talla en la arena… Sigamos seleccionando…



–Vaya miedo he pasado –suspiró Aline–. Se van a enterar esos abusones, les vamos a dar hasta que muerdan el polvo.
Zane puso los ojos en blanco.
–Sólo alguien como tú es capaz de denominar como “abusones” a unos de los mayores villanos de la Tierra.
–Bueno, no es hora de ponernos a pelearnos entre nosotros. Prefiero que hablemos de qué vamos a hacer con esta situación –dijo Zack–, ya que es probable que ahora mismo estén seleccionando los profesores a los alumnos más preparados, ya que desde aquí les veo reunidos, con todas sus auras en aquel edificio de allí. Son tan fuertes que las veo traslúcidas a través de la pared. Y lo más probable es que nos toque pelear a alguno de nosotros. Y tenemos que pensar cual será nuestra postura ante esta situación. Tenemos que estar unidos y apoyarnos los unos a los otros.
–No veo demasiada complejidad –respondió Peter–. Ellos vienen. Les pateamos el culo. Fin.
–Hasta tu y yo sabemos que no será así de sencillo, Cuchillos –contestó Zane–. No va a ser sólo fuerza bruta contra ellos.
El mexicano soltó un bufido a modo de respuesta.
–Yo voy a pelear. He venido a esta ciudad por un largo camino precisamente para aprender a proteger lo que me importa. Y no veo mejor forma de empezar que por los más duros –concluyó.
–Pues yo lucharé si no queda otra –dijo Amanda–. No quiero que pase lo de la última vez y os haga daño sin querer.
–También piensa que si toda esa fuerza le da a uno de esos abusones les dejarás por los suelos –dijo Aline.
–Bueno… supongo, pero tengo miedo de mí misma.
–Es normal, no sabes lo que puede pasar, pero como dijo Zack, tenemos que apoyarnos entre todos –añadió Mick­–. Todos sabíamos que con nuestros “dones” vendrían situaciones como estas, para bien o para mal. Y lo que nos hará héroes no es que les destrocemos o les detengamos, sino cuál es nuestra actitud ante ellos. Ante todo, tenemos que demostrarles que somos moralmente mejores, que pelearemos por un objetivo común: el bienestar de todos. Y no por algún motivo egoísta o puramente material. Y eso es con lo que tenemos que golpearles.
Todos se quedaron en silencio reflexionando sobre las palabras de Mick, había dicho cosas muy importantes y merecían un gran respeto.
Sin embargo, Ryan rompió la atmósfera terminando con aquella quietud.
–“Dones”… O más bien maldiciones.



La noche había caído sobre aquel día oscuro. Se trataba de un punto de inflexión dentro de la vida de nuestro alumnado. Se enfrentarían con seguridad a numerosos peligros después de aquellos, pero lo primero era sobrevivir a lo más inmediato. Se trataba de su primer peligro real, la primera experiencia que les podría a prueba, no como héroes o villanos, sino como personas intentando sobrevivir. Y si no lo conseguían, las consecuencias serían nefastas no sólo para la Academia Robert Reynolds: si esa gentuza se quedaba con los poderes que ahora esgrimían podrían poner el mundo a sus pies sin tener problema alguno ni rival.
Nuestros protagonistas dormían plácidamente. Rondaban las tres y media de la mañana y la luna se encontraba alta en el cielo, en cuarto creciente, formando una “C” invertida blanca con toques agrisados que, pese a dejar atisbar sus cráteres, no hacía más que intensificar la belleza de aquel paisaje casi onírico que formaba la visión del satélite sobre los árboles del bosque que rodeaba a la escuela. Si entráramos en la habitación que Zane Cross compartía con su arisco compañero David Stone, especializado en disparar energía de color negro de sus dedos como si de balas oscuras en una pistola de carne se trataran, encontraríamos a ambos durmiendo. Zane incluso emitía leves ronquidos, no lo suficientemente audibles como para despertar a su pelirrojo compañero. Sin embargo, el lugar en el que realmente se encontraba Zane era un banco de madera en la zona limítrofe del recinto, que, pese a parecer vacío, se encontraba ocupado por nuestro pelimarrón de ojos verde oliva favorito. En su cama no había otra cosa que una ilusión creada por sí mismo para poder saltarse el toque de queda (de la misma manera que había proyectado una ilusión de invisibilidad a su alrededor) en aras de disfrutar de aquella visión lunar, que podría haber sido perfectamente extraída de cualquier libro de fantasía, al menos desde su subjetiva visión de la belleza.
»Es una pena que la luna en la realidad no sea como nos la pintan en las películas. En ella nos la pintan como gigantesca, muy cerca de la Tierra. Y, sin embargo, no es más que un puntito en el cielo, tan cerca pero tan lejos al mismo tiempo.
Pero sus pensamientos se vieron nublados cuando, sin apenas darse cuenta, una figura se sentó a su lado en el banco. No se trataba de otro que del sigiloso viejo rey de Wakanda, ahora rey de Necrópolis.
–Cada noche, señor Cross, se escabulle de su habitación para venir aquí, a mirar la luna rodeado de este frío nocturno. Es un comportamiento cuanto menos extraño en una persona tan joven.
Zane, sintiéndose ya descubierto, eliminó su invisibilidad para hablar cara a cara con él. De la misma manera, Pantera se quitó su máscara para mostrarle respeto al chico.
–¿Estoy metido en un lío?
–Chico, el director está al corriente de estas “escapadas” desde el primer día de clase. Si estuvieras en un lío, ¿no crees que lo estarías desde antes?
–Bueno, supongo que sí. Pero, ¿por qué no ha hecho nada al respecto el director Banner?
–Bueno, no haces más que venir a ver la luna durante una hora. Nadie sale herido y no vas a molestar a la residencia de las chicas como me imagino que otros compañeros harían. Así que lo dejó pasar, de la misma manera que habría hacho yo. Sin embargo te tiene controlado mediante un robot escondido por aquí para saber que estás bien. Vas a tener que engañar a un detector de calor si quieres mejorar en esto del sigilo, te lo digo por experiencia. Aunque te ruego que no lo hagas en estas escapadas, no queremos que de la casualidad de que te pase algo malo justo cuando no podemos ver qué.
–Comprendo… ¿Majestad? ¿Pantera? ¿Cómo se supone que me dirijo a usted?
–Con T’Challa es más que suficiente. Y puedes tutearme.
–Muy bien, T’Challa. ¿Y qué te trae a mi banco esta noche en particular?
–Bueno, ya viste lo ocurrido esta mañana. Necesitamos a diez alumnos para la lucha. Y ahora les estamos despertando para explicarles la situación y cómo van a funcionar estas siete semanas siguientes. Y, bueno, no estabas en tu habitación.
–Me temía que tendría que luchar –dijo Zane soltando un suspiro.
–Evidentemente, los que no quieran luchar no están obligados, pero estás en ese Top 10 y necesitaríamos tu ayuda. Pero podemos pasar al número once de la lista.
Zane, le dedicó un último vistazo a la luna antes de ponerse en pie y sacudirse los restos de suciedad que la superficie del banco había pegado a su trasero.

–No suspiro por no querer luchar, T’Challa. Suspiro porque siete semanas se pasan volando.

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